"De alguna manera esto que os cuento me ha sucedido".



lunes, 26 de abril de 2010

1. Bronco y Doña Eulalia.


       Desde el momento en que me puso el ojo encima supe que le había caído en gracia. Se apretó bien a Rocío y tirando fuerte de su brazo, le susurró al oído: “¡Virgencita, qué guapura! ¿De dónde te sacaste este güerito tan lindo?...”. Luego, con el tiempo, me dio por pensar que Doña Eulalia bien podría ser el personaje que se dejó García Márquez en el tintero la remota tarde en que se cansó de inventar entrañables excentricidades.

     Aunque debe rondar los setenta y tantos, reconoce sin pudor sesenta y seis, una vez que ha entrado en calor y confianza. Acaudalada, chaparrita y peleona, Doña Eulalia se ganó a dentelladas todo lo que tiene,... mujer en un mundo de hombres. De moral relajada, amante de la parranda, el relajo y el buen vino, practica sin embargo y férreamente, una suerte de cristianismo antiguo, viejo, apolillado y esotérico,... repleto de santos, sortilegios y oraciones destinadas a una virgen que muy bien podría ser la Pachamama estrenando un manto ajeno. Un cristianismo, eso sí, alejado de moralinas y estrecheces que pudieran estorbarla en sus idas y venidas. La otra noche, con las brujas ya acostadas y tras dos botellas de vino, sentenció: “Cuando ya no pueda más, seré puta arrepentida...” y prorrumpió después en un saquito de sonoras carcajadas que acabó en ataque de tos con aires de tumba.

     Bronco, su amante, compañero,... (Mejor le ponen ustedes la etiqueta que les parezca), es un mexicano enorme, rocoso. Vale decir un exitoso cruce entre Hércules y Cantinflas. Es grandullón, de músculos pétreos y una sencillez rampante, pero listo como el hambre y de buen corazón. Bronco es, a pesar de su aspecto desaliñado, el perfecto acompañante de la Doña, buen fajador de sus genios y rarezas.

     Tía Eulalia, así me autoriza llamarla, fue viuda joven de un rancio millonario 49 años mayor que ella, cuyos hijos, de un matrimonio anterior, intentaron desheredarla, escamotearle el pago a sus años de servicio y entrega al seco vejestorio. Cuando ella se revolvió en defensa de lo suyo, no dudaron en propinarle una soberana paliza cuyo resultado fueron cientos de magulladuras, unos cuantos huesos astillados, y una operación de vesícula. Aún pateada y magullada, tía supo conservar su herencia intacta y al contado. Ya escarmentada, a lo largo de los años y en más de una ocasión, defendió sus tierras, sus negocios, tirando de gatillo al más puro estilo Chavela Vargas, tras desempolvar su rifle con mirilla telescópica, regalo de uno de sus amores de viuda.

     Siempre, cada vez, Doña Eulalia amó con pasión y supo ser justa y generosa tanto en las maduras como en las despedidas,... también despiadada cuando se sintió traicionada. Sólo ahora, a la vejez viruelas, se le acumuló el trabajo y anda trastabillando entre dos amantes: Bronco y “el otro”, de cuya existencia me habla siempre de forma anónima y nebulosa. En una ocasión cercana, tía hizo traer de un pueblito del interior a un viejo cura español con el propósito exclusivo de confesar su doble y simultáneo pecado.

-Verá padre,... ando a dos amores, con dos hombres. A la vez.

     El padrecito, delgado, seco y de sotana raída, dio un respingo en el taburete, palideció al instante y comenzó a sudar tras sus lentes redondas, consciente de que aquel extraño encargo no iba a ser el suculento camino de rosas que resultó en anteriores ocasiones. Pensando en el cepillo de su pequeña parroquia y pidiendo en silencio inspiración divina, intentó reponerse y adoptar una actitud severa y convincente.

-A,... a la vez?- Graznó.
-No manche, padre. No, no de forma simultanea,... pero alterna. Que tengo dos amantes, para que usted me entienda.

     A esas alturas, el cura se sabía pequeño, acorralado y vencido. Se había dejado arrastrar hasta Baamul y nadie, ni siquiera un ministro de la Santa Madre Iglesia, le podía alzar la voz a la Doña en sus dominios sin arriesgarse a salir de allí sin parroquia y con dos tiros en el trasero. Consciente de su poder, Doña Eulalia clavó sus ojos en el padre esperando su reacción.

-Pero hija, eso no puede ser. Tienes que acabar con esto ya. ¡De forma inmediata!
-Si yo no quiero, padre. Pero ellos me buscan.
-¡Pues les dices que no! ¡Los botas de acá como a perros en celo!
-¡Ni madres, padrecito!- Tía Eulalia se alzó en su trono levantando la voz mientras el pobre cura se hacía más pequeño en su asiento secándose el sudor de la calva con su mugriento pañuelo. -Esos chingones no hacen otra que rondarme y sabe usted muy bien lo sola que ando yo aquí. ¿Quiere que rechace el poco amor que me pueda quedar ya por disfrutar en esta perra vida? ¡Ni madres!
-Amm.., ¿amor?, pero... Eulalia!!

     La voz del padre sonaba ya desafinada, más aguda que de costumbre, mientras Doña Eulalia sólo fingía su turbación. Esperó, un largo silencio, midiendo la congoja del cura y suavizando la voz, con falsa humildad, repuso:

-Verá padrecito, en esto ando yo como María Magdalena,... dando amor.
-(toses, en un hilo de voz)... Eulalia...
-¿No dijo Jesús nuestro Señor que nos amáramos los unos a los otros?
-Sí, Eulalia,... sí.
-Pues eso, padre. Que yo me la paso dando amor a unos... y a otros.

     El padre Cristóbal se enrolló sobre sí mismo en actitud de oración, con los puños entrelazados sobre la barbilla, los ojos cerrados, definitivamente derrotado. Cuando ya Doña Eulalia empezaba a impacientarse, el cura, recuperando su color cetrino, habló.

-Me vas a rezar tres padrenuestros y tres avemarías. E intenta ser fuerte, Eulalia.
-¿Nada más, padre?
-Eulalia, ¡Por favor!

     Satisfecha, cumplido el objetivo, Doña Eulalia permitió al padre Cristóbal retirarse no sin antes hacer una generosa donación a la parroquia. Por primera vez, el peso del saquito en el bolsillo de su sotana le dejó al cura un regusto amargo en la garganta seca.

     Desde siempre, Doña Eulalia le tuvo un miedo reverencial al mal de ojo y fue muy dada a encontrar por los rincones muñequitas de vudú o cruces de tierra de cementerio donde los demás sólo veían un atadito de algas o un montoncito de arena de playa. No se cansa nunca de repetirle a quien quiera escucharla, lo sencillo que resulta encontrar por estas latitudes un hechicero o una santera que, por unos pesos, te haga el trabajito que le tuerza la vida y los negocios a quien tú elijas. La otra tarde, mientras el Sol lo iba tiñendo todo de púrpura en su camino al ocaso, me tocó ser convidado de piedra en una misa de purificación, una suerte de exorcismo, que limpiara sus cabañas de un amarre que algún mal nacido le habría preparado para pudrirle la economía. No va a entrar uno a juzgar aquí lo que es verdad o es mentira, pero lo cierto es que los negocios de Doña Eulalia siguen tirando a pesar de las envidias, el vudú y los enemigos que se procura uno en estos lares con sólo tener éxito en la vida. No es difícil percatarse aquí de las tristes vidas de unos millonarios cuyas enormes y excéntricas mansiones son habitadas por soledades igual de enormes y sólo concurridas por otras soledades de igual profundidad y clase social.

     De cualquier forma, Doña Eulalia da un toque de color, con sus virtudes, sus demencias y sus enternecedoras excentricidades, a Baamul, mi rincón tranquilo, un oasis en un avispero de multitudes, vanidades y angustias, donde anda todo el mundo inscrito en una loca carrera por comerse la vida en tres bocados.

Baamul, 2006

1 dejaron su rastro...:

PazzaP

Qué maravilla de relato, que espero hayas vivido tan así como yo lo he sentido aquí junto al pecho.

Me ha hecho reír la Doña. Y hasta troncharme el curita en torno a esta frase:

"El padre Cristóbal se enrolló sobre sí mismo en actitud de oración, con los puños entrelazados sobre la barbilla, los ojos cerrados, definitivamente derrotado."

Y es que los comprendo a ambos: a ella por amar a dos hombres y a él por no encajarle en la mollera. Si bien comulgo con la primera, con el segundo se me desmadra la compasión...

Me gustan los tostones para desayunar. :P

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