"De alguna manera esto que os cuento me ha sucedido".



viernes, 30 de abril de 2010

1. Putas.

         “Nunca son caras las putas, …si uno valora bien lo que nos dan”.
         F. Fernán-Gómez.

-Elige dos cartas. La primera te va a decir lo que el futuro próximo te depara. Lo que la vida te va a proponer. La segunda te indicará cómo deberías afrontar lo que la primera te revele.

     Ricardo me acercaba el abanico de naipes con los brazos extendidos, con ternura. Nos acababan de presentar y le faltó tiempo para desenfundar su macito de cartas de angelitos que te leen el porvenir. Debía rondar los cincuenta y se le notaba el buen corazón en las maneras. Yo, en aquellos días, hacía poco que había regresado a Madrid después de vivir dos años en mi rincón tranquilo, al otro lado del mundo, y andaba todavía lamiéndome las heridas, trabajaba buscando empleo y empezaba a vislumbrar que la cosa estaba realmente jodida, que había miles de gentes como yo, que se habían caído del mundo y buscaban cómo subirse otra vez,… legiones de personas con cara de paisaje, como vacas viendo el tren pasar.

     La primera carta decía "aventura". La segunda, "serenidad". Vaya! –Acerté a pensar –noticias frescasEstos pinches angelitos deben estar de guasa. Tómese algo Sr. Adivino.

     Con el tiempo me dio por pensar que tal vez los cartoncitos de Ricardo no vinieron a contarme la obviedad de que mi futuro próximo sería una aventura e iba a necesitar serenidad para afrontarla. Tal vez simplemente querían recordarme otra evidencia igual de manifiesta pero que olvidamos con frecuencia hasta el punto de ignorarla: la vida es siempre una aventura, una peripecia… un viaje. Otra cosa es que mientras nos pasa, nosotros miremos para otro lado, quizás en busca de otras andanzas más evocadoras o simplemente ocupados en cosas más importantes. 

     Es común pensar que los sucesos dignos de asombro ocurren siempre en otros lugares y tiempos remotos. Nunca aquí y ahora. Desde siempre, los cuentos han empezado con frases como “hace mucho mucho tiempo, en un país lejano” o, si me apuran, “…en una galaxia muy lejana…”. Tal vez por eso asumimos que nada apasionante, digno de contarse, puede acontecer en un paisito como el nuestro, tan real, sea cual sea, o en un tiempo tan actual y por lo tanto tan convencional como el presente. Tan cotidiano. Este, el de ahora. Tic tac.

     Luis Landero lo cuenta precioso en “Ente líneas: el cuento o la vida”. Su personaje Manuel, escritor y maestro de literatura, tiene unas doscientas normas a recordar cuando se sienta a escribir. La segunda regla dice así: “acuérdate de que vives en un país lejano”. De esta forma intenta curarse de la tentación del exotismo y evita eludir su realidad como escenario de sus historias.

     Cuando leí esa frase algo dio un brinquito en mi interior. Sentí un sobresalto, un fulgor. Esa especie de sustito que suele acompañar a las certezas inesperadas cuando llegan así, sin más. Su luz, desde entonces, ilumina mis ámbitos más íntimos. Me recuerda que, aquí y en Pernambuco, la vida puede ser apasionante,… debe serlo. Que basta con quitarse el pasmo, no dejarse deslumbrar por el ensalmo excesivo de las lejanías y disfrutar el contento de estar vivo. Aquí, ahora.

     Recuerda... Vives en un país muy lejano.

     Hay, sin ir más lejos, una lista interminable de personajes con historias asombrosas a nuestro alrededor a quienes ni siquiera prestamos la más mínima atención. Personajes cotidianos con los que compartimos nuestro ir y venir, con los que nos rozamos diariamente y que tal vez precisamente por ello nos resultan invisibles, transparentes, cuando no detestables. Es corriente en las grandes ciudades estar sólo entre multitudes, y eso muchas veces nos incapacita para detectar las historias fascinantes que ocurren en nuestro país lejano y a sus protagonistas.

-Hoy te he visto hablando con una de las chicas de ahí fuera- me espetó un día Lorenzo al acabar la clase, mientras recogíamos los archiperres del yoga. Llevaba un rato haciéndose el remolón, como buscando el momento de decírmelo. No fue un comentario natural, estaba cargado de segundas intenciones. Su sonrisa socarrona no dejaba lugar a dudas.
-Te refieres a una de las putas- contesté.
-Joder, tío, cómo eres!- se rió incómodo, no sin cierto rubor.
-son putas, no?... pues eso. Y... qué tiene?

     Me miró de medio lado, alzando las cejas como diciendo “eso, que es puta”.

-Mira Lorenzo, a mí me es igual que sean putas, paseantes, panaderos, el del quiosco de enfrente o vendedores de top-manta. Si les veo cada día acabo saludándoles y aprendiéndome sus nombres. Es lo natural.
-Bueno, sí,… pero…
-Escucha. Las putas me han inspirado siempre un gran respeto. No es sólo empatía. Independientemente del motivo que les haya llevado a estar donde están, mis respetos. No me parece una profesión sencilla. Siempre he pensado que dedicarse a eso y no volverse loca requiere estar hecha de una pasta diferente. Tener ciertas cosas muy claras. Si es una elección, si son putas por que quieren… mis respetos. Si lo son forzadas por las circunstancias,… mis respetos, más si cabe. Y mi simpatía.
-Eres la ostia.
-No, no es nada excepcional, es un sentimiento sencillo, espontáneo. Además su profesión y la mía se parecen mucho- Lorenzo me miraba cada vez más patidifuso- La gente llega a mi salita de masajes, se desnuda y se tumba en la camilla. Luego yo les toco, de alguna manera les relajo, les doy placer y, en la medida de lo posible, les alivio de algún mal, de algún bloqueo físico o emocional que puedan tener. Intento que se vayan mejor de lo que vienen. Cada vez es diferente, pero siempre es un acto de confianza, intimidad y complicidad. A través del tacto procuro mejorar tantito su vida… y ellos me pagan. Ves? De alguna forma, es lo mismo. Piénsalo… Por cierto, tiene nombre, se llama Luz.
-Ves tío? Eres la ostia,…- Lorenzo es un buen tipo y un practicante de yoga muy aplicado,… pero nunca ha sido un gran conversador.

     Hacía ya mucho tiempo que Luz y yo nos saludábamos al vernos pasar e intercambiábamos palabras y cigarrillos como buenos vecinos. Es una mujer hermosa. Alta, con ojos de gata y un cuerpo que desmiente su edad. Una tarde, entre sorbitos de sidra en vasos de plástico, allí paraditos en su lugar de trabajo, muertos de frío porque ni en los bares de la zona las permiten entrar, me contó su historia.

     Llegó a España hace nueve años dejando cuatro hijos, todos varones, allá en Colombia. Apenas los ha visto tres veces desde entonces.

-Antes era por los papeles- me explicaba- aunque ahorita que ya los tengo, tampoco voy porque si no trabajo no gano, claro, y no puedo dejar de mandarles. Dependen mucho de mí, todavía.

     Le llené el vaso de nuevo mientras me contaba cómo al llegar solita, sin conocer absolutamente a nadie, se dio pronto cuenta de que no iba a ser fácil encontrar un trabajo que le permitiera mandarle dinero a sus hijos a parte de malvivir aquí de cualquier manera. Que se la pasaba llorando en su pensión y callejeando sin rumbo dando oportunidades al azar para que ocurriera el milagro. Que después de semanas de lágrimas, ayunos forzados y andanzas en vano, entró una noche en un bar a descansar los pies y calentar el alma, cuando oyó a una mujer hablando su idioma, con su acento, con su país en el habla. Me contó cómo aquella voz, aquella boca hecha música, se lo trajo todo encima de repente. Que no se aguantó más y le pidió ayuda a aquella mujer que olía a su tierra. Que la mujer le dijo no te apures que yo te voy a ayudar. Que le ofreció trabajo de puta y que aún tardó cuatro semanas de llantos, decepciones, hambre y calles mojadas hasta que aceptó y otras tantas en dejar de echar las tripas por la boca después de cada cliente. Que allá nadie sabe, claro. Que aquí es puta, pero allí es una Señora. Que es muy jodido llevar esa doble vida. Que uno de sus hijos, cierta vez que paseando juntos pasaron cerca de unas prostitutas allí en su Barranquilla natal, prorrumpió en insultos e improperios, que qué guarras, que qué sucias, que si mal nacidas, que si puta se nace y puta se muere, mientras a Luz, que ya era puta aquí y señora allá, se le hacían puñales el corazón y piedra las vísceras, y que déjalas, hijo, que nunca sabemos porqué alguien acaba en la calle, y él que por putas, madre, que no hay otra. Y chico, lléname el vaso una última vez y dame un abrazo y hablemos de otra cosa que me estoy poniendo triste y no es plan para una vez que me invitan a sidra.

-Si alguna vez mis hijos lo llegaran a saber, no sé… alguno seguro me retiraba la palabra para siempre- dijo como para sí cuando ya me iba.
-Escúchame Luz. No sé si tus hijos serían capaces de entender lo que has hecho por ellos. Probablemente no. Pero nunca olvides,… nunca, el valor que tiene lo que estás haciendo. No es en vano. Tú sabes porqué lo haces. Luz, tú eres Señora allí y Señora aquí, por muy puta que seas. De corazón… mis respetos.

     Luz no es la única puta que tengo el gusto de conocer. En el recorrido de mi casa al trabajo, me cruzo con más de veinte y me saludo con algunas. Todos los días. Da igual el turno que yo haga. Ellas están siempre ahí. Son putas. Y también más cosas. Son mujeres. Muchas son Señoras. Y algunas son verdaderas Guerreras de la vida, en el sentido más amplio de la palabra. También en el más trascendente. Melissa, por ejemplo, la reina joven de la calle Montera. Mientras sus compañeras están a menudo serias, cansadas, tristes o malhumoradas (alguien se lo reprocharía?...), ella parece disfrutar de su trabajo o, al menos, haber decidido plantarle alegría al destino, reírsele en la cara al drama y anda siempre de buen humor, despierta, colgándose del brazo del primero que pasa,… y del segundo y del tercero, con una sonrisa sincera iluminándola el rostro, hasta que sin mucho tardar se lleva a algún despistado al huerto. “¿Vamos a follar?... No, gracias… ¿Y porqué?... Suerte, bonita” fue nuestra conversación repetida las primeras tantas veces que se colgó de mi brazo hasta que un día le pregunté su nombre y nos tomamos un café. Allí, en su lugar de trabajo, en un vaso de plástico… muertitos de frío. Al menos yo. Recuerdo que al ratito de estar hablando, miró por encima de mi hombro, algo brilló en sus ojos y me tendió su café. Sujeta un momento, por favor. A los cinco segundos se alejaba con un tipo colgado del brazo, no sin antes decirme es trabajo, lo entiendes, verdad? Chau… Y gracias por el café. A veces, cuando alguna de sus compañeras me entra al pasar, se puede escuchar la voz fuerte y aguda de Melissa: “Eh! Ese no, ese no… que es mi amigo!!” y me saluda con la mano en alto y la sonrisa perpetua.

     Cerca de allí, en la calle Gran Vía a la altura del Sepu, siendo aún un chamaco de unos trece años, trabajé tres meses repartiendo papelitos de “compro oro”. Cuando los pies no me daban para más o quería descansar un rato me escondía por Ballesta y Desengaño y las putas, a veces, me invitaban a helados. No recuerdo bien cómo empezó aquello, pero aunque ellas me daban un poco de miedo aquellos helados italianos sabían a gloria. Quitaban el hambre y el calor. Había una que me asustaba más que las demás por sus monumentales tetas, su maquillaje excesivo y sus pelos de loca. Ya entonces me parecía vieja,… y sin embargo, treinta años después sigue en la misma esquina tal y como la recuerdo. Igual. Como si hubiera hecho un pacto con el diablo. No sé, tal vez aquel susto que me daba no era del todo injustificado…

     Quizás fueron aquellos helados o tal vez mi natural simpatía por el débil. El caso es que cuando veo una prostituta se me ablanda el corazón y se me mezclan la ternura y la mala hostia de verlas en la puta calle, en la puta vida. Tal vez por eso nunca fui de putas. Bueno, una vez… pero no fue adrede. Fue así:

     A los diecinueve años me libré de la mili, me compré una moto, le puse el nombre de mi abuela y me puse a trabajar de mensajero. Amanecía muy de madrugada, agarraba la Petra y de camino al trabajo solía hacer una parada para empezar el día sentado a orillas del lago de la Casa de Campo, fumando y dejándome abismar en la contemplación de esa pequeña parcela de naturaleza, esa naturaleza de mentirijillas, que nos permite esta provinciana gran ciudad. Supongo que era mi manera de meditar. Por aquellos entonces, el yoga, la meditación y esas marcianadas que son ahorita herramientas cotidianas en mi vida, eran para mí cosa de contorsionistas y faquires.

     Más de diez años después, una gélida noche de invierno, de regreso a casa decidí hacer una paradita en la misma orilla antes de meterme entre las cuatro paredes donde sólo esperaban mis gatos. No sé muy bien qué me impulsó a ello. El caso es que al rato, ya noche cerrada, entraba con el coche por la puerta norte de la Casa de Campo en dirección al lago cuando la realidad se me presentó como un estruendo, como una fría bofetada que me sacó de mi letargo. De pronto me vi inmerso en una suerte de cuadro surrealista con un válgame dios de coches yendo y viniendo y un tropel de putas medio desnudas exhibiéndose en las cunetas. Donde esperaba encontrar un remanso de paz, me topé con una colosal mancebía al aire libre. Me maldije por mi torpeza. Me sentía muy a disgusto formando parte de aquella procesión de sátiros, salidos, borrachos y tipos de buen corazón necesitados de un polvo rápido a cambio de unas monedas.

     A la entrada de una rotonda paré un instante la C-15 para situarme y dar con el rumbo que me sacara de aquel sórdido carnaval y en un parpadeo, de pronto, tenía una puta sentada a mi lado con la mano en mi entrepierna. Era una hermosura. Negra como el ébano. “Joder, parece una diosa…”, pensé. “Follamos, la chupo, lo que tú quieras”, me espetó la divinidad. Me sentí como un pardillo en un lupanar por no haber tomado la precaución de echar el seguro. Procurando no resultar demasiado brusco, aparté su mano con cuidado y le dije sal ahora mismo del coche, por favor.

-No quieres follar, no te gusto?
-No se trata de eso. Yo no… mira, sal del coche. Ahora, por favor.
-Follamos, la chupo, lo que tú quieras.
-Escúchame, no me quiero enfadar. Por favor, sal. Ahora,… ya!!

     Abrí la puerta del copiloto y la invité ostensiblemente a salir del coche de una vez. Entonces, ocurrió algo. Se quedó quieta un instante con la mirada perdida más allá del parabrisas. Se abrazó a sí misma, giró luego su cabeza hacia la puerta abierta. Después me miró. Su expresión había cambiado. Estaba seria, como en trance. Posó suavemente su mano sobre la mía y en un español a saltitos, con ruiditos guturales, me dijo mira, llevo todo el día ahí fuera,… hace mucho frío. Aquí se está bien. Por favor, déjame estar un ratito y luego me voy. No te voy a molestar.

     Esperé unos segundos observándola. Llevaba una faldita breve  y un sujetador. Todo blanco, en profundo contraste con el color de su piel. Nada más. Cómo le hacen para no morirse de frío, pensé.

     Encendí dos cigarrillos y le pasé uno. Hablamos poco. Simplemente estábamos allí, mirándonos. Si entendí bien su nombre, se llamaba Nioma. En aquél momento parecía más un venadito asustado que una diosa de ébano.

-Oye, si quieres nos acercamos a la gasolinera de Batán y compramos algo de comer. O unas cervezas…

     Abrió mucho los ojos y una enorme sonrisa iluminó la noche. Asintió con la cabeza sin dejar de sonreír pero de pronto volvió a extraviar su mirada un instante… lejos,… y me pidió otro favor. Quince minutos después, debido a un burlón efecto bola de nieve, tenía la furgoneta llena de putas negras, cacareando como gallinitas, muriéndose de la risa, con el corazón contento y lleno de alegría camino de la gasolinera. Nueve en total. Todas amigas. Todas bellísimas, todas más desnudas que vestidas. Yo no podía evitar troncharme también cada vez que veía el retrovisor lleno de cabecitas negras, dientes fosforescentes y tetas antológicas.

     Pueden ustedes imaginar la cara que se le puso al chico de la gasolinera al vernos llegar. Nunca vi unos ojos tan abiertos ni unas cejas tan arqueadas. Cuando me asomé a la ventanilla seguía con la misma expresión pavorida. Se limitó a apuntar la C-15 con un dedo como pidiendo una explicación desde su bunker de cristal. En el coche las chicas saludaban agolpándose en las ventanitas. Las nueve.

-Si te digo la verdad no te la vas a creer, así que pongamos que me las voy a follar a todas, vale? Dame cinco sándwich mixtos y cinco vegetales, diez chocolatinas, y cuatro bolsas de papas variadas, ya sabes, de sabores. Ah, y diez cervezas, cinco cocas y tres naranjadas. Y un fortuna. Porque… caliente no tienes nada, claro… café o algo. No, vale pues.

     Ya de vuelta, estuvimos comiendo, bebiendo y pasándola en grande allí achocaditos en la furgoneta. Me contaron que su chulo llevaba dos días en prisión, que tenían que trabajar, pero que nadie las controlaba esos días. Que vivían todas juntas y de vez en cuando las dejaban salir al cine o cosas así. Los cristales se empañaban de tanto calor humano y yo bendecía el momento en que se me ocurrió la memez de meterme a esas horas en la pinche Casa de Campo.

     Más de una hora después, sin previo aviso, Nioma les dijo algo que no entendí al resto de las chicas, y en un santiamén metieron en bolsas las viandas que aún quedaban, nos dejaron dos cervezas, me dieron un saco de besos, gracias, gracias… y salieron a la noche y a sus sombras con un ruido como de gallinitas perdiéndose poco a poco en la distancia.

Qué ha pasado? porqué se van?, le pregunté señalando a fuera cuando nos quedamos solos. Ahora tú y yo, nada más, solos… me respondió acercándose despacio. Tú conduce donde yo te digo. Te quiero agradecer. Yo dí un respingo alejándome un poco.

-No necesitas agradecer nada, Nioma, y menos así. Todo está bien. No te sientas obligada a nada.
-Pero yo quiero. Conduce, yo te llevo.
-No, Nioma, está bien así. No hace falta.
-Por favor…- y me besó.

     Entonces me dije, joder, y... porqué no? Porque es puta?... Si la hubieras conocido en otras circunstancias no pondrías pegas… no seas capullo!... Y la besé despacito. Sentí algo tibio despertar en mi interior, un rumor, algo viniendo, espuma en los huesos. Está bien, dime dónde es. Se abrazó a mí. Por allí… y me llevó a lo oscuro.



     A modo de posdata: Para terminar y dadas las fechas, permítanme desearles simplemente… aventura y serenidad. No para el año que empieza. Aquí,... tic tac,… ahora.


     Y no lo olviden… viven en un país muy muy lejano.


Madrid, diciembre de 2009.
(Gracias, Mon).

2 dejaron su rastro...:

Mon

He releído esta crónica y no he llorado, que lo sepas. ;)
Hoy sonrío, emocionada eso sí, pero sin lágrimas.

Lila Biscia

(asterisco insomne)
;)

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